Lápiz labial, una taza de café enfriándose. Te despediste de mí aquella tarde, mientras los rayos del sol fallecían no sin antes colarse por la transparencia del vidrio que daba para la calle, como si fuese esa inútil cafetería su único destino.
Mis ojos se llenaron de aire al momento en el que diste un giro a la conversación, después de que me atreví a pedirte que te casaras conmigo. Recuerdo que tomé tus manos y sin aliento casi, te confesé que quería pasar contigo el resto de mi vida, pero retiraste tus manos como si éstas fueran quemadas por brasas ardientes y evitaste mirarme. Ya desde antes me sabía la respuesta, mucho antes de preguntarte, aún así decidí arriesgarme porque una obstinada parte de mí albergaba la más mínima esperanza.
Continuaste garabateando sobre una servilleta, y el silencio extendiéndose, pesado y asfixiante sobre nuestras cabezas. Por momentos creí que mi voz se había extinguido para siempre, noté cuan calientes eran los sorbos de café en mi garganta, hasta que extendiste hacia mí aquella servilleta, no sobre la cual garabateabas, sino con la que habías limpiado minutos antes tus labios, tu café aún seguía intacto y me preguntaste como si nada hubiera pasado "¿Crees que esto es un conejo?" Y no sé decir precisamente qué fue lo que me molestó más, si el hecho de que me mostraras esa estúpida mancha de maquillaje, o que simplemente no te hubieras atrevido a decirme que no, que no querías casarte conmigo.
Tomé aire pero me pareció que en realidad estaba respirando fuego, y te contesté: "¿Y tú crees que nada te he dicho, que puedes ignorarme?", "Tiene forma de un conejo -continuaste- mira, sus orejas y patas..." Te arrebaté aquel boceto no planeado y te obligué a que me miraras. Tu expresión había sido reconocida y era algo que nunca soportabas, querías huir, pero lo habías hecho tantas veces que no te quedó más remedio que devolverme la mirada y contestarme: "No es que no quiera casarme contigo, es que no quiero casarme", notaste que esa breve explicación no había sido suficiente, en realidad, nada de lo que pudieras haber dicho lo habría sido, y continuaste "Nunca te lo dije porque no pensaba que esto pasaría, perdóname".
No tenía ánimos de discutir, así que callé imitándome a recordar cada instante que estuvimos juntos como si estuvieran a punto de arrancarse de mí, como si mis esperanzas fueran de agua y con las palabras que acababas de decir hubieras removido el tapón de desagüe.
Miré hacia la calle a través del vidrio oscurecido intentando desaparecer, sabiendo que lo que decías era cierto, y te odié momentáneamente por hacerme sentir culpable, que en primer lugar no debí enamorarme. "Entiendo", al fin hablé como pensando en voz alta, "En marzo me iré a Francia, por lo de la beca, no era seguro pero acaban de confirmármelo, quería decírtelo antes, ésa era la gran sorpresa pero te me adelantaste" "Lo siento", fueron las dos palabras con las que intentaste justificarte, segundos antes de levantarte y salir por esa puerta por la que tantas veces te vi entrar, y de abandonarme tal cual taza de café que ni siquiera tocaste.
Me miraste por última vez y apretaste mi mano inmóvil sobre la mesa junto a la servilleta, y diste la media vuelta para salir en busca de tu propio camino, del cual yo no formaba parte. Pedí otro café mientras contemplaba al tuyo enfriarse, y a tu fantasma ocupando el lugar que por tanto tiempo tú ocupaste, y quise desesperadamente atribuir la humedad en mis ojos al café caliente o a lo amargo que me sabía ahora que ya no estabas, quise negar rotundamente que esa sensación acuosa en mi mirada era debida a las lágrimas. Así que discretamente tomé una servilleta para despistarlas y me topé con el bosquejo que dejaron tus labios en el blanco, el conejo escarlata de un beso tuyo sobre la nada. Y entonces vi que ese conejo parecía cobrar vida, tener movimiento, e imaginé las miles de figuras que cuando me besabas dejabas como rastro sobre mi cuerpo, como una secuencia animada recorriéndome por completo. Y accidentalmente derramé un sorbo de café sobre aquel lienzo improvisado y vi poco a poco como al conejo se le formaban una especie de alas en la espalda, y que se alejaba de mí, ya no saltando sino volando, volando junto con todas mis esperanzas.
Pd: Agradecimientos al Sr. Durán por que fueron él y su blog quienes me dieron la imagen del
conejo mutante sobre la servilleta.