2010

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martes, 15 de abril de 2008

Ciclotimia




Te observo madre, van a dar las seis, el sol se recuesta en la ventana hasta caer sobre tu figura dormida. Madre, hay algo que no sabes, en realidad muchas cosas, pero esta en especial deberías saber. ¿Porqué mantuviste siempre los ojos cerrados, como ahora al mirarte, porqué nunca viste más allá de mi rostro... lo sé, tantas cicatrices sólo son el reflejo del dolor que siento por mantenerlo en secreto.

Madre, ¿para ti qué es ser normal?, necesito saber si lo que soy te dará miedo, si lo que estoy a punto de confesarte abrirá las puertas de una confianza inexistente o terminará por destruir todo lazo entre nosotras que a tropiezos logra mantenerse.

Mamá, yo...

Siento una herida profunda ascendiendo desde el pecho a mi garganta, las palabras escapan pues no hago ya ningún esfuerzo por retenerlas, es demasiado tarde, al fin lo sabes.
Madre, tal vez si no hubiera sido siempre tan inconformista, tan independiente, si hubiera aprendido todo lo que siempre quisiste enseñarme...

Cuanto desearía dejar de llorar a solas con el rostro enrojecido contra la almohada, quisiera que me abrazaras aunque ninguna palabra saliera de tu boca, aunque siguieras aún dormida y no recordaras nada en media hora.

Quiero que me digas si esto es mi culpa.

¿Cómo sabré si tomo la decisión equivocada, si me quedo con lo que creía que era tan sólo por el hecho inconsciente de pertenecer a una sociedad a la que no le importo en lo más mínimo, o si me arriesgo a seguir lo que siento y resulta que sólo era pasajero?

Tengo mucho miedo, no recuerdo haber sentido tanto, miedo de sentir dos voces compartiendo mi cerebro, mis ojos, mis manos.

No quiero quedarme para siempre en la línea divisoria, de no reconocerme, de tratar de ser diestra cuando he nacido zurda.

Sigues dormida madre.

viernes, 4 de abril de 2008

Hemoglobina

Hiéreme el cuerpo
preferible sangrar heridas
que con el tiempo cicatrizan
que sentir que se me escapa
la vida
por los poros del alma
eterna hemofilia

si me miras una vez más
sabré que no he muerto

Eres los trozos de sangre
que anidan en mi pecho
somos espejo
mismos movimientos
distinto espacio

Estás tan cerca como el vaho
que exhalo frente al vidrio
el que desaparece al tocarlo
tan lejos como el tramo
que separa dos columnas
siempre paralelo

si me miras una vez más
sabré que sigo viva

Estoy presa en una cárcel
de muros transparentes
y cenizas
que habrá siempre
entre mi rostro y tu rostro
entre nuestros ojos
mirándose a escondidas

miércoles, 26 de marzo de 2008

La parte de mi corazón que no quiero tener

He llorado en el rincón de siempre, pero ningún lugar funciona como refugio a mi vergüenza, he limpiado mi rostro muchas veces, pero de nada sirve si no puedo desempañar el vaho de mis ojos. Me arrodillé, pedí disculpas, pero ni yo misma podría perdonarme.
Dormí, tuve pesadillas, desee nunca despertar y no volver a soñar nunca.
He mirado mi reflejo y descubierto que una vez más, la imagen de ahí dentro ha dejado hace mucho de imitar mis movimientos.
Usé máscaras color tristeza, adorné con cicatrices la fachada de mis problemas. Sabes lo que se siente, despertar un día sin estar segura ni del suelo en el que pisas, creer quien eres y de pronto desconocerte, ser exiliada de tu propia vida, caminar por instinto, sin saber si realmente lo que quieres es retroceder. Nunca planeé esto para mi autobiografía.

Ya he llorado en el rincón de siempre, la esquina entre el escritorio y la pared, abracé las rodillas contra mi pecho como cuando era niña, a oscuras otra vez me derrumbé. Porque sé que ningún lugar sirve como refugio al sufrimiento, párpados translúcidos en una pesadilla, que ninguna cosa que haga podría ser remedio para arreglar emociones, insepultas, que rondan por los cementerios de la memoria y que ocultan, los más terribles secretos para los que nunca existirán rosas blancas, ni lágrimas, ni tumbas.

viernes, 22 de febrero de 2008

Disociaciones

Nunca me he sentido cómoda usando zapatos.

Tenía doce años apenas cuando descubrí que nunca sería perfecta, que por más que me esforzara no lograría hacer todo lo que se supone deberían hacer las señoritas de mi edad porque, para empezar, no tenía ganas.

No entendía porque un mundo al que siempre había visto de una forma definida comenzaba a difuminarse desde sus orillas, dispersando sus siluetas, haciéndome difícil distinguirlas.

Fue así como a base de tropiezos de distintas magnitudes, avancé olvidando lo que un día me perturbaba al grado de no dormir por las noches y pasar los días conversando con las voces, en ese entonces incipientes, que empezaban a ocupar terreno en mi cabeza y exigían compañía.

Y hoy, después de varios años en penumbras te observo, y me observo a la vez, como dos piezas idénticas, me encuentro con ese par de ojos asustados y entonces enceguezco pues, paradójicamente al sentirte cerca no puedo dejar de desconocerme.

Contigo siento que regreso al inicio, a esa parte de mí que por años había tratado de evitar hasta el punto en el que llegué a creer que ya no existía, pues de ninguna forma sobrevive aquello a lo que jamás se alimenta.

Contigo aprendo, y no existe nada que me atraiga de una persona más que su intelecto, esa es mi sentencia, mi debilidad, mi defecto. Te recuerdo y me odio a mí misma por pensarte, porque por más que las cosas cambien nunca me perdonaría por haberme atrevido a contradecir mi propia naturaleza.

De un instante a otro te has convertido en mi línea de horizonte, y yo, preguntándome si sentirás lo mismo, únicamente concibo enfocar un sólo punto de luz a lo lejos: el de tu rostro.

Quiero ser tu culpa, tomarte de la mano y sentir que los límites dejan de sobreponerse, atentar contra los falsos supuestos de que no fuimos hechos para ocupar el mismo espacio.

¿Tú? La pregunta ha sido lanzada al aire sin esperanzas de ser siquiera escuchada.

Me dirijo hacia el espejo, y mis ojos marchitos se pierden atravesando la mancha escarlata de las iniciales MC trazadas sobre la imagen desconocida que la reflexión me devuelve.

Nunca me he sentido cómoda usando zapatos, prefiero caminar con pies desnudos, palpando la contradicción de cada pedazo de tierra bajo mis talones, regresar a lo básico, porque al fin de cuentas, no es el camino sino uno mismo quien decide calzar el tipo de destino que más se adapte al ritmo de sus pasos.

lunes, 14 de enero de 2008

¿Coincidencias?

¿Qué me dirías si te confesara que tu destino todo este tiempo estuvo plasmado sobre un cuadro, adornando felizmente sin que tú te dieras cuenta la pared de la sala junto a la ventana que da para la cocina?
Te diría que estás completamente loca, que no creo ni en los horóscopos, mucho menos en que una fotografía pueda predecir cómo será tu vida.
Es que no te has detenido a observarla, tal vez porque las veces anteriores tu atención se centraba en esa niña de quince años, de mirada perdida y sonrisa falsa, en aquel vestido elaborado en tonos verdes y adornado con pequeñas incrustaciones y esperanzas bordadas.
Aquel retrato era sobre ella, por lo tanto para los ojos que lo enfocaban pasaba desapercibido el fondo sobre el cual posaba esa adolescente de labios tensos y rostro maquillado en exceso.
Nadie imaginó lo que guardó durante casi tres años dicho cuadro, o quizá no. Tal vez simplemente el hecho era tan obvio y permaneció siempre a la vista de todos que por eso mismo nunca nadie lo notó.
Claro, como la famosa carta de Monsieur Dupin, ¿no? ¿Quién lo esperaría de una fotografía encima del marco oxidado de la ventana?
Aún no me crees. Dime, observa bien y dime qué ves.
Tristeza, no puedo entender porqué una persona puede estar hecha pedazos y aún así esbozar una sonrisa. Quince años, nada raro, a mitad de la tormenta de la adolescencia. Pero no quisiera ser cómo ella, tener que volver a esa edad y superar dos veces las mismas tragedias.
Me pregunto cómo es que soportó ese dolor, las lágrimas decorando su vestido, los sueños de plástico.
¿Ya te diste cuenta de la profecía?
Quién iba a decir lo que esa serie de columnas fugadas significaría en los próximos años. Los arcos no perdieron parte de su luz ni de su sombra, al contrario, son ahora esos pedestales en los que su vida se mantiene firme y sin cuarteaduras.
Pero ahora observa bien su mano izquierda, bajo ella aparece ante nuestra vista, como si apenas en el instante en el que nos decidiéranos a mirarla surgiera de la nada, una silla.
¿Y eso qué representa?
Tal vez no su fondo o el espacio como la perspectiva antes mencionada, pero sí algo más propio, algo que sin importar el lugar en que estuviera la acompañaría de la mano toda su vida.
¿Ya adivinaste?
Su descanso, una especie de rincón aislado para cuando necesitara desaparecer de cuadro o tuviera que descansar un rato de la misma postura petrificada de todos los días.
¿Y sigues creyendo que estoy loca?
Quizá no si en este instante hicieras el mismo análisis contrastante con tu propia fotografía...

domingo, 16 de septiembre de 2007

Porque en la lluvia te recuerdo...

Lo incierto se refleja en mi rostro, las tareas pendientes, en mi estómago. El tiempo me sujeta el cuerpo, aferrándose a mí con cadenas que penden desde mis párpados, pies y muñecas, anclándome a un suelo que no me permite volar. ¿De qué sirven estas alas ahora, si estoy atada a la rutina con mi propia piel como una jaula? ¿De qué me sirven, reprimidas y plegadas sobre mi espalda? Si afuera hay una lluvia que mi caparazón de obligaciones no me permite sentir, si mis ojos se mojan con lágrimas grises por lo difícil que me resulta vivir. Por no saber si al bajar del autobús la lluvia seguirá siendo lluvia, o se transformará en miles de pequeñas púas, falsos témpanos de hielo cayéndome desde el cielo, encajándoseme como balas acertadas en cada poro de mi cuerpo, dejándome de bruces en la calle con los ojos fijos y el rostro pálido, a merced de nadie. Por la angustia de que esas gotas indefensas me golpeen la cabeza como piedras y me desangre. Uno nunca sabe.
Hasta ahora la lluvia ha sido buena, compañera perfecta de mis soledades, aunque la vida es tan incierta que cualquier día de estos ella podría perforarme como miles de agujas convirtiéndome en su alfiletero, tal vez sus gotas dejen de ser tan dóciles y se vuelvan de fuego, o el ácido que emanen, en mí derrita cada célula de mi cuerpo, dejando no más que una negra e irreconocible mancha en el pavimento.

martes, 14 de agosto de 2007

Morir en el incendio

Parte uno (Basado en sueños reales).

Esperé el momento, inmóvil hasta verificar que nadie podía notar mi presencia, estaba oscureciendo cuando decidí que ya era buena hora de acabar con todo esto. Así que decidí salir de mi escondite y avanzé cautelosa hasta llegar a la primer columna del enorme edificio que se alzaba ante mi vista. Era tan gruesa que podía ocultarme tras ella mientras llevaba a cabo mi plan sin que nadie me descubriera, entonces, decidida, saqué de mi maleta un par de fósforos que representaban el fin, o quizá el empeoramiento de todas mis pesadillas.
De rodillas, con el olor a pasto debajo, y encima de mí el cielo nublado, encendí el primero de aquellos fósforos, la más joven de mis esperanzas y observé cómo la pequeña llama significaba todas las veces en las que no pude dormir, o las noches eternas en las que me quedaba despierta, sin palabras. Arrojé de una maldita vez cual piromaníaca el cerillo hacia la columna, esperando hasta que el fuego la recorriera, para ver qué hacía entonces la vida cuando le quemara despacio sus enormes pies, ¿cómo se sostendría?
Ya estaba el primer paso, así que me alejé para llegar a la segunda mientras en mi mente aún se reflejaba la imagen de aquel árbol a punto de arder. Hize lo mismo, acerqué el cerillo lo suficiente hasta que la esquina hubo absorbido el fuego y me pegunté cómo era posible que esa pequeña astilla pudiera derribar algo millones de veces mayor que ella.
Avancé hacia la tercer columna sintiéndome una especie de héroe de nadie, sabiendo que por mi culpa muchos morirían; esta vez un sólo fósforo no bastó, encendí dos y los dos lanzé, mientras mi corazón se aceleraba al saber que sólo faltaba una más...
Llegué hasta la última, el trabajo ya casi estaba hecho, no esperé más para ver cómo el último cimiento se consumía, me alejé un poco para poder ver de lejos mis esfuerzos cuando de pronto el fuego lo cubrió todo, el pasto, los muros y la enorme barda por la cual pensé escapar.
Mi cuerpo no lo soportaba, el calor era intenso y me envolvía por todos lados, acorralándome en mis propios remordimientos por lo que había hecho.
Quemándome, hice todo lo que pude por subir a la barda en llamas y saltar hacia la calle dónde una vez ahí corrí como si el incendio me persiguiera, reclamando venganza. A lo lejos pude ver todo el edificio, cómo se quemaban todos los recuerdos y los momentos en que sufrí y ya no serían mas que residuos, cenizas que jamás resurgirían. Lo que fui una vez ya nunca me persiguiría, había muerto, yo lo vi quemarse en el incendio.

jueves, 19 de julio de 2007

Reflejos en el pavimento

El viento de esta noche inunda mis pulmones de esperanza. La estrella más alta me me observa y se oculta detrás del movimiento de las hojas, en el suelo advierto una presencia extraña, mi sombra, la de la indiferencia, pues ya no será más como yo, la he desprendido de mi cuerpo porque seré otra desde ahora. Me miraba con desprecio cuando la dejé meciéndose sola en el columpio y sus ojos negros se alargaban hacia mí en un vago intento de retenerme. Me siguió a casa, tropezando con las piedras de mi abandono y arrastrándose sobre el pavimento como una mancha de agua. Me deshice de ella en la parte más alta del balanceo de columpio, sin explicar el cómo, salió disparada con el movimiento de mis cabellos, o por mi nariz cuando exhalaba, tal vez se desprendió de mí como el alma en un sueño, o salió atraves de mi voz, pasando desapercibida por mi garganta. Quizá la arrojé de mí al estornudar o al reír, no sé, pudiera ser que al pronunciar una palabra exacta. La cuestión aquí es que nunca volverá, ni podrá jamás actuar como si fuera yo mientras me desplaza. No podrá mirar a través de mis ojos ni volar con mis alas, y lo sabe, su contorno es el mío y me sigue cuando camino pero es una sombra, una sombra retorciéndose en el piso. Puede imitar mis movimientos, fingir ser yo, cambiar de longitud, acompañarme mientras escribo, pero estará sometida a mis caprichos, toda voluntad en ella ha desaparecido. Ya no vendrá a entistecerme por las noches ni a encolerizarme por las mañanas camuflajeándose entre la luz del sol, por fin he eliminado a la parte de mí que me controlaba. Se amolda a las grietas de las paredes, a las huellas en las escaleras y a todo lo que yo decido, cuánto me pesaba en el cuerpo y ahora siento que la necesito. Porque somos una misma persona, lo recuerda, pero ella era el manubrio y yo los pedales de la bicicleta, y al tratar de mantener el equilibrio caímos cientos de veces por múltiples desacuerdos, tanto por la velocidad que yo le daba como por el destino que ella decidía. Y me mira nuevamente, pero la expresión en sus ojos ahora se resigna, y se desvanece por completo al desaparecer la luz porque no hay espacio mas qué ofrecerle en mi habitación.

miércoles, 11 de julio de 2007

Perspectivas

Revueltas en el escritorio duermen un montón de cosas viejas e inservibles, de esas de las que uno jamás les encuentra un uso y, sin embargo, están ahí pues por algún extraño motivo nadie se ha desecho de ellas. Plumas de tinta seca, hojas garabateadas y unas tijeras oxidadas, una servilleta. Es todo el universo al que mis pulmones aspiran, el que mis ojos abarcan. Periódicos de hace más de dos semanas esperando su momento de ser colocados para obstruir la hendidura de la puerta, una barra de silicón y un pincel, objetos raros, parte de la lámpara del baño y un estuche de lentes vacío, un sobre con bicarbonato. Que, mientras me olvido de lo que hay del otro lado se van acercando, una pulsera nueva, un separador y una muestra de shampoo, también me vigila una moneda de diez centavos. "Divina Comedia" esperando su turno en ser, por mis ojos, rescatado de su soledad de papel, un cargador de pilas y un intento frustrado de boceto dibujado en una hoja desde ayer. Una envoltura de lo que hace unos minutos engulló mi estómago, una taza medio vacía y el teléfono sin nada que decir junto al tan solicitado diccionario. Esto, que me rodea, que me acompaña todos los días mientras me pierdo en la sopa de letras de algún libro, en las telarañas de las esquinas del techo o en las grietas extendiendo su recorrido sobre las paredes. Todo me encierra, me asfixia, pero se vuelve como una ausencia de aire necesaria, pues me libera de mí misma.
"Animadversión", "jurisprudencia", "truhán", "dogmático", "laudable", "abyecto", son sólo algunas de las palabras a las cuales mi cerebro intenta desesperadamente aferrarse a su significado.
La pintura en los muros deja al descubierto un tono pasteloso aguardando tras el blanco, manchas de humedad y de desilusión, flores marchitas de plástico. Sombras de colores, nostalgia reflejada en el fondo del vaso, ojos cansados, y años desprendiéndose desde los ángulos de 90º.
Es sólo mío, sólo mío este espacio, y lo pienso y lo digo mientras resbalan de mis oídos las canciones y se estrellan contra el mosaico.