
Te observo madre, van a dar las seis, el sol se recuesta en la ventana hasta caer sobre tu figura dormida. Madre, hay algo que no sabes, en realidad muchas cosas, pero esta en especial deberías saber. ¿Porqué mantuviste siempre los ojos cerrados, como ahora al mirarte, porqué nunca viste más allá de mi rostro... lo sé, tantas cicatrices sólo son el reflejo del dolor que siento por mantenerlo en secreto.
Madre, ¿para ti qué es ser normal?, necesito saber si lo que soy te dará miedo, si lo que estoy a punto de confesarte abrirá las puertas de una confianza inexistente o terminará por destruir todo lazo entre nosotras que a tropiezos logra mantenerse.
Mamá, yo...
Siento una herida profunda ascendiendo desde el pecho a mi garganta, las palabras escapan pues no hago ya ningún esfuerzo por retenerlas, es demasiado tarde, al fin lo sabes.
Madre, tal vez si no hubiera sido siempre tan inconformista, tan independiente, si hubiera aprendido todo lo que siempre quisiste enseñarme...
Cuanto desearía dejar de llorar a solas con el rostro enrojecido contra la almohada, quisiera que me abrazaras aunque ninguna palabra saliera de tu boca, aunque siguieras aún dormida y no recordaras nada en media hora.
Quiero que me digas si esto es mi culpa.
¿Cómo sabré si tomo la decisión equivocada, si me quedo con lo que creía que era tan sólo por el hecho inconsciente de pertenecer a una sociedad a la que no le importo en lo más mínimo, o si me arriesgo a seguir lo que siento y resulta que sólo era pasajero?
Tengo mucho miedo, no recuerdo haber sentido tanto, miedo de sentir dos voces compartiendo mi cerebro, mis ojos, mis manos.
No quiero quedarme para siempre en la línea divisoria, de no reconocerme, de tratar de ser diestra cuando he nacido zurda.
Sigues dormida madre.
Madre, ¿para ti qué es ser normal?, necesito saber si lo que soy te dará miedo, si lo que estoy a punto de confesarte abrirá las puertas de una confianza inexistente o terminará por destruir todo lazo entre nosotras que a tropiezos logra mantenerse.
Mamá, yo...
Siento una herida profunda ascendiendo desde el pecho a mi garganta, las palabras escapan pues no hago ya ningún esfuerzo por retenerlas, es demasiado tarde, al fin lo sabes.
Madre, tal vez si no hubiera sido siempre tan inconformista, tan independiente, si hubiera aprendido todo lo que siempre quisiste enseñarme...
Cuanto desearía dejar de llorar a solas con el rostro enrojecido contra la almohada, quisiera que me abrazaras aunque ninguna palabra saliera de tu boca, aunque siguieras aún dormida y no recordaras nada en media hora.
Quiero que me digas si esto es mi culpa.
¿Cómo sabré si tomo la decisión equivocada, si me quedo con lo que creía que era tan sólo por el hecho inconsciente de pertenecer a una sociedad a la que no le importo en lo más mínimo, o si me arriesgo a seguir lo que siento y resulta que sólo era pasajero?
Tengo mucho miedo, no recuerdo haber sentido tanto, miedo de sentir dos voces compartiendo mi cerebro, mis ojos, mis manos.
No quiero quedarme para siempre en la línea divisoria, de no reconocerme, de tratar de ser diestra cuando he nacido zurda.
Sigues dormida madre.