2010

jueves, 31 de julio de 2008

Sobrevivimos, ¿o estamos muertos?

- Hace días que no lloras.
- Quiero llorar hoy.
- ¿Porqué?
- No sé.
- ¿Por qué te das así de fácil por vencida?
- No lo hago.
- ¡Ah!, entonces ¿cómo se le llama a eso de dar un paso atrás y bajar la guardia? Te rindes, es todo.
- No es lo que yo quisiera y lo sabes.
- Y si no lo quieres ¿porqué lo haces?
- Porque creces y maduras y envejeces más rápido de lo que mantienes las ilusiones, porque no es lo mismo a que cuando eras niña y todo lo conseguías. No hay adiós porque ni siquiera hubo un qué tal al principio.
- El reloj ya avanza.
- ¿Qué dices?
- Sí, el que cuelga de la pared blanca que...
- Sí, lo noté pero ¿eso qué tiene qué ver con el asunto?
- La vida no se detiene, no se detuvo nunca, tú fuiste quién la mantuvo en pausa todos estos meses, petrificada, así como si fuera una llamada en espera o algo así.
- Ya entendí.
- Pero el problema aquí era que aunque tú estuvieras en medio de la niebla, suspendida, el mundo seguía andando allá afuera, al mundo no se le acaba la pila ni de pronto se quedan a medio camino sus manecillas.
- Creo que yo no solamente me detuve, sino que también retrocedí, y no quiero saber hasta dónde. Asesina, sí, pero no quiero matar las últimas esperanzas de las personas que están cerca de mí.
- ¿Y las tuyas?
- Ya murieron.
- No para siempre, esas cosas resucitan cuando menos te lo esperas.
- Creí que eras como la parte realista de mi cerebro.
- Sí, tan realista que te saqué de prisión al menos tres veces en las últimas dos semanas.
- ¿En serio fueron tantas?
- Además, en un mundo lleno de posibilidades no estoy condenada a siempre repetir la pesimista y aburrida respuesta del "no", no se puede, no existe, no es real, no funcionará... Uno no elige la parte del cerebro que quiere ser.
- Ni tampoco de quién enamorarse.

domingo, 20 de julio de 2008

No hay adiós

Perdón, se me acabaron las palabras para nombrarte al igual que los ojos se desgastan de tanto mirarte a escondidas, ahora sí que no tengo nada, pero qué importa, desde el principio nada tuve sin ti.
Ridículamente vengo a conversar contigo cada noche, ridículamente también, el cerebro interpreta esto como un falso desahogo como si en verdad tú estuvieras escuchándome, o quisieras.
Ya no debería verte, aunque eso implicaría cambiarme de escuela, de casa y hasta de nombre, eres una presencia permanente, alejarme sería como negarme a mí misma.
Porque no te he dicho verdad, desde el viernes hice un pacto de olvidarte, me di veintisiete días exactos, hasta el catorce de agosto intentaré aniquilar la parte de mí que te ama, es decir toda, y no es que crea en imposibles, pero las personas tienden a actuar incoherentemente cuando se enamoran que pienso que existe la posibilidad.
Es absurdo, luchar contra ti pero qué cosa no lo es, los estúpidos horarios, la televisión, que te digan hasta lo que no debes escribir; sólo espero no acabar con las dos partes pues de qué te serviría un cadáver.
De ninguna manera esto significa que haya dejado de quererte, al contrario, pero es la última oportunidad de vida que le queda a esta maldita normalidad, un mes y ya.

lunes, 7 de julio de 2008

Eterno retorno

¡Levántate, ya eres mujer!
Abriste los ojos sin sorpresa - ¿Mujer?, si a penas tengo once. Te levantaste con lentitud, dejando aferradas las horas de sueño perdidas a las cobijas de una cama que no tenderías. Era un día normal, como todos, fin de semana sin ir a la escuela, ver televisión o salir a dar la vuelta en bicicleta al campo, que va, no podría ser distinto tan sólo por el hecho del cielo nublado, era otoño y no era raro que fuera de los primeros amaneceres gélidamente grisáceos.
Aún tenías pegadas en las orejas aquellas extrañas palabras que te habían arrebatado el sueño. "Levántate", bueno, era hora, pero eso del "ya eres mujer" te provocó un escalofrío, ¿qué se suponía?, ¿cómo era posible eso del ya?, ¿qué antes del ser uno es diferente al cuando ya es?, ¿se convierte acaso en distinta persona, muda de piel, cambia de apariencia?
El súbito estremecimiento te obligó a reparar en el reflejo que te devolvía la superficie del pequeño espejo del cuarto de baño. Tus dientes estaban bien, seguían ahí, había algo en ellos que desde que comenzaron a salir te producía rechazo, bueno, la única ventaja de la no dentadura sería no tener que cepillarla. Tu cabello tal vez hubiese crecido medio milímetro durante la noche, pero a juzgar por el negro azabache y los largos mechones lisos, seguía siendo el mismo. Por instinto tocaste tus orejas y las jalaste a fin de que pareciesen más grandes de lo que realmente eran, pero eso no te divirtió, tus labios guardaron una mueca de tristeza y tu nariz se comprimió al inhalar hasta ser tan fina que en el rostro se veía desproporcionada.
Y cuando estabas a punto de salir del cuarto por inercia, sentiste que algo dentro del espejo te sujetó como diciendo "A propósito me has ignorado". No podías escapar, magnéticamente cerraste los párpados a fin de evitar aquel encuentro no deseado. Tenías arrugas en la frente y alrededor de los ojos a causa del esfuerzo por continuar cerrándolos. Fue entonces cuando una sensación desconocida, como una presencia no identificada y por lo tanto no bienvenida, invadiendo tu espacio celosamente personal, te obligó a poner fin a la resistencia.
Abriste los ojos con miedo, aquellos otros, grandes, negros, profundos e idénticos que les cerraban el paso, te devolvieron con crudeza el hecho inevitable de la transición que sin tu pleno consentimiento había sido aprobada y, peor aún, llevada a cabo mientras dormías. Eso se llama cobardía, asesinar por al espalda, hubieras pensado, a no ser porque la verdad innegable de la metamorfosis de la infancia veíase contenida dentro de tus propios ojos.