La únicas dos farolas encendidas esta noche me guiñan sus ojos rasgados al ocultarse y aparecerse alternadamente tras los orificios de la celosía. Dos ojos de fuego suspendidos en el fondo negro de esta fría noche que parecen observarme mientras finjo que escribo. Me miran atravesando el silencio, desplazándose conmigo hacia donde me muevo. A los árboles el otoño no les ha favorecido, de pie, alzando ante las calles su armadura ausente de follaje, sobre la pesada mancha de algún coche extraviado, sobre la escala de grises de todos los tejados, en especial uno a mi derecha, aquel que por mis maltratos perdió varias de sus ramas en un verano desaparecido.
¿Porqué de pronto me dio por recordar mi infancia?, ¿será la época, la temperatura, el hecho de saber que no tendré nada qué hacer durante los próximos dos meses? Simples excusas. La verdad es que esta época roba de mi memoria tantas cosas bellas, por eso me rehuso a limpiar mi cuarto, y así evitar enfrentarme con los recuerdos de todo un año que han permanecido olvidados en un cajón, esparcidos sobre la cama, y ya últimamente tirados en el suelo. Además, el polvo me produce alergia (sí, para acabarla), temo que mucha de la ropa amontonada ni siquiera sea mía y prefiero dejar en paz a los fantasmas que se ocultan bajo las cobijas.
A parte, me he llegado a encontrar con poemas que escribía en la secundaria que me dan pena propia y que no sé en qué o en quién estaba pensando cuando los escribía. Sí, sé que tal vez en unos años diré lo mismo de lo que escribo ahora, y qué.
Como sea, mi silencio es interrumpido por la voz de mi madre quién me dice que me quedaré ciega si continúo escribiendo en la oscuridad. Y qué también, Beethoven perdió el oído haciendo lo que más le gustaba y ahora nadie se lo reprocha.
La inspiración se une a la escena, camuflajeada en el crujir del trozo de hule que solían poner para que la lluvia no hiciera de mi casa un parque acuático (con todo y cascada incluida en las escaleras), en los pasos de alguien que se acerca, en una puerta ajena que se azota y en el frío congelándome el pensamiento que es el único en convencerme de que adentro estaré más cómoda, aunque como típica antisocial en contacto con personas, me quede sin palabras.