2010

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jueves, 22 de mayo de 2008

Dimorfismo

Hoy volvió, ya no sólo como una actitud o una voz, sino como una presencia, tangible pero invisible, así, sin rodeos ni más advertencia que un simple presentimiento ignorado, llegó como otra pregunta para la que no existe respuesta.

Me dijo que también escribe, le gusta leer y en sus ratos libres ve películas; duerme hasta tarde y domestica gatos salvajes; la única diferencia fue su insistencia en tocar la guitarra y, de vez en cuando, el violonchelo.

Pienso en sus palabras mientras observo mi guitarra, exiliada en la esquina más lejana de mi cuarto, me devuelve la mirada con recelo por abandonarla, cubierta de polvo y con la sexta cuerda rota. Recuerdo las pocas veces en las que conseguí, casi a fuerzas, robarle unas cuantas notas, y la miro ahora, apartada y minusválida, como auqella parte de mí que se rehúsa a manifestarse porque simplemente no he aprendido a hacerlo sin desafinarme, sin romperme, sin sentir que las partituras que me fueron entregadas al nacer no corresponden con el instrumento que hoy sostienen mis manos .

Y me pregunto, si llegáramos a ser idénticas, ¿cómo podría distinguirme de mí misma?


domingo, 16 de septiembre de 2007

Porque en la lluvia te recuerdo...

Lo incierto se refleja en mi rostro, las tareas pendientes, en mi estómago. El tiempo me sujeta el cuerpo, aferrándose a mí con cadenas que penden desde mis párpados, pies y muñecas, anclándome a un suelo que no me permite volar. ¿De qué sirven estas alas ahora, si estoy atada a la rutina con mi propia piel como una jaula? ¿De qué me sirven, reprimidas y plegadas sobre mi espalda? Si afuera hay una lluvia que mi caparazón de obligaciones no me permite sentir, si mis ojos se mojan con lágrimas grises por lo difícil que me resulta vivir. Por no saber si al bajar del autobús la lluvia seguirá siendo lluvia, o se transformará en miles de pequeñas púas, falsos témpanos de hielo cayéndome desde el cielo, encajándoseme como balas acertadas en cada poro de mi cuerpo, dejándome de bruces en la calle con los ojos fijos y el rostro pálido, a merced de nadie. Por la angustia de que esas gotas indefensas me golpeen la cabeza como piedras y me desangre. Uno nunca sabe.
Hasta ahora la lluvia ha sido buena, compañera perfecta de mis soledades, aunque la vida es tan incierta que cualquier día de estos ella podría perforarme como miles de agujas convirtiéndome en su alfiletero, tal vez sus gotas dejen de ser tan dóciles y se vuelvan de fuego, o el ácido que emanen, en mí derrita cada célula de mi cuerpo, dejando no más que una negra e irreconocible mancha en el pavimento.