2010

sábado, 28 de julio de 2007

Un típico sábado

Tantas horas de ayuno han hecho que mi estómago ya no sienta hambre, que mi cuerpo deje de reclamarme alimentos, tan sólo me siento un tanto débil y con una sensación de ardor en el esófago. El cuello duele, como si se hubiese puesto en huelga y ya no quisiera sostener más mi cabeza, pero no me interesa. He paseado mis ojos durante todo el día y parte de la noche entre relatos, blogs, correos, libros virtuales y por último en instrucciones del funcionamiento de un mp4 a tal grado que mi cerebro ya no distingue que el espejo no es la pantalla de la computadora reproduciendo un video. Me he sobrecargado de trozos distintos de "algos" y mis circuitos se han alterado.
Primero, decidí que sería bueno retomar mi lectura de esta madrugada, la de los cuentos de suspenso pero era demasiada la tentación de la computadora, así que, sin oponer resistencia una vez más fui arrastrada por aquel maravilloso mundo virtual que me permite hacer como si el estar sola no fuera nada, pensar que la alimentación no es necesaria y que el levantarte a las dos de la tarde sin encontrar a nadie en tu casa es perfectamente normal. El msn, no, blogs, tampoco, ¿por qué no desgastarse un poco la vista con los tantos libros que el martes en uno de mis accesos obsesivos descargué? Me decidí por en de "Viven", que por cierto ya vi la película al menos cinco veces. Pero como siempre, en las primeras diez páginas me aburrí y opté por entrar a internet para satisfacer mis necesidades de distracción (léase evadir urgentemente todo tipo de cosas autonombradas "prioridades"). Leí letras de canciones que estaba harta de tararear sin saber realmente lo que decía, por un momento tuve el impulso de eliminar a todos mis contactos por el simple hecho de nunca estar cuando más los necesitaba, aunque luego llegué a la conclusión de que precisamente por ese tipo de pensamientos era tan antisocial. Total, era sábado, no había comido nada, ni peinádome ni contestado llamadas, me había levantado tan tarde que dudaba que esta noche conseguiría dormir. Mi aspecto era el de un típico escritor en una crisis severa de letras, como Johnny Deep en la "Ventana secreta" o Jack en "El resplandor", con el pequeño detalle de que no soy escritora sino simple aficionada. Aunque últimamente me he estado encerrando en mi caparazón de "a mí qué me importa" respecto a las noticias locales e internacionales en la tele y los periódicos, como si el mundo del que tanto hablasen no fuera en realidad en el que yo viviera. Medios de comunicación, lo mismo informan que alteran, ayudan que manipulan, hacen que deshacen, por eso es que renuncié hace mucho a ser periodista. A parte que descubrí que no era mi vocación.
En fin, para qué me peino, pensé, sin nadie puede verme. Y así seguí durante horas en mi sedentaria posición mientras mis ojos se hacían chiquitos por la luz del monitor, y en una de ésas me topé con un blog interesantísimo en mi recorrido que incluía un artículo sobre el feminismo que me dejó pensando (y eso ya es algo); creo que me identifiqué demasiado con la autora pues últimamente he vivido una serie de acontecimientos que me han creado resentimientos hacia desconocidos, sobre todo al afirmar "¿Qué piensan de las barbies, cuyos pies ya vienen en puntillas? ¿Esto no nos daba una lección a temprana edad de lo que teníamos que llegar a ser cuando fuéramos grandes?" en su discusión sobre que las mujeres que se autoproclaman feministas y usan tacones caen en una contradicción. Me hizo recordar los estúpidos anuncios de cerveza, la imagen falsa que se proyecta de las mujeres en la pantalla que si no termina por adoptarse acaba por asumirse y te aguantas. No sé, creo que si empezara a quejarme sobre esto nunca terminaría, yo en particular me considero poco e incluso nada femenina.
Y pasando a otros temas, luego de quebrarme la cabeza intentando sin resultado convertir un archivo de extensión .avi a uno .amv y leyendo instrucciones complicadas con ejemplos poco ilustrativos que de mucha ayuda no sirvieron, recordé que con todo esto, tenía que comer. Mi estómago, cansado de que lo ignorase durante el día entero decidió hacerse el digno y se me quitó el hambre. Así que cuando devoré como náufrago rescatado esa hamburguesa creí que mi cuerpo no lo soportaría y moriría, o al menos, vomitaría. Sólo espero que no me pase como en la segunda guerra a algunos sobrevivientes judíos al ser rescatados de los alemanes por las tropas estadounidenses, cuando al permanecer por semanas alimentándose con pan mohoso que se deshacía con el aire, al ser liberados y provistos de comida de verdad, murieron a consecuencia de que sus estómagos no soportaron tamañas porciones de un solo golpe.
Y bueno, ya con comida digeriéndose en mi cuerpo, llegué al descubrimiento de que me urgía tanto por decir. Y sí amigos imaginarios ya sé que ya se cansaron, así que la segunda parte quedará pendiente, no se desesperen.


lunes, 23 de julio de 2007

Desesperanzas

El cielo nublado como único escaparate. El autobús se desplaza por entre las grises calles, las personas entran y salen, los semáforos repiten sus guiños tricolores. Me acomodo en asiento y recuesto mi cabeza sobre el respaldo con el sentimiento de satisfacción por haber ordenado bien mi horario, habrá que levantarse temprano, volver a jugar carreras contra el reloj, de nuevo a detestar el tráfico. Mi cabeza otra vez querrá desprenderse de mi cuello luchando contra la gravedad al igual que mis párpados y mi cuerpo entero se arrastrará una vez más sobre el suelo. Miro por la ventanilla, que pequeño es mi universo. Me estorban a la vista los anuncios panorámicos, cables de luz, la estructura del metro; Colón apunta hacia la esfera mientras una paloma danza sobre su cabeza, las calles se contorsionan para que no pueda llegar a tiempo y me pierda entre ellas. Restaurantes y tiendas luchando por atraer más clientes que la competencia sin importarles el sacrificio de los empleados, sus bajos sueldos y sus horas extras. Taxis invadiendo la cuidad como una plaga verde extendiéndose para convertirse en estadísticas, ser un ejemplo más del desempleo. Vendedores ambulantes, payasos, cantantes, ellos no son quienes se multiplican y nos invaden, la pobreza es quien lo hace.
La cuidad es un caos, un espectáculo barato. Quisiera que en lugar de los grandes letreros pintados en bardas de "Compro su Auto", en cada espacio disponible existieran más acciones poéticas aunque ya a nadie le interesa, que en lugar de mirar por la ventana una avalancha de publicidad pudiera mirar más árboles, más naturaleza. El exceso cansa, aburre, contamina.
Y que los Oxxos y Super 7 producidos en serie se volvieran bibliotecas aunque ya nadie lee, las farmacias se sustituyeran por parques y plazas y las Casas de empeño y préstamo no fueran necesarias. Que los bares y antros se convirtieran en escuelas y los hoteles de lujo reservados a unos cuantos pudieran ser hospitales públicos. Sigue soñando.
Hay demasiado ruido contaminándome, así que cierro los ojos y subo el volumen de mis audífonos y espero que la lluvia no arruine mis planes. La cuidad tiene tan pocas esperanzas de transformarse.
Y sí, de nuevo la lluvia cambió por completo mis actividades, ojalá pudieran haber nubes en los pensamientos de las personas para que también, al igual que la lluvia pudiésemos cambiar el destino, arrojando aquella propaganda que pretende decirnos cómo actuar para que se ahogara entre la corriente de agua de las calles.

jueves, 19 de julio de 2007

Reflejos en el pavimento

El viento de esta noche inunda mis pulmones de esperanza. La estrella más alta me me observa y se oculta detrás del movimiento de las hojas, en el suelo advierto una presencia extraña, mi sombra, la de la indiferencia, pues ya no será más como yo, la he desprendido de mi cuerpo porque seré otra desde ahora. Me miraba con desprecio cuando la dejé meciéndose sola en el columpio y sus ojos negros se alargaban hacia mí en un vago intento de retenerme. Me siguió a casa, tropezando con las piedras de mi abandono y arrastrándose sobre el pavimento como una mancha de agua. Me deshice de ella en la parte más alta del balanceo de columpio, sin explicar el cómo, salió disparada con el movimiento de mis cabellos, o por mi nariz cuando exhalaba, tal vez se desprendió de mí como el alma en un sueño, o salió atraves de mi voz, pasando desapercibida por mi garganta. Quizá la arrojé de mí al estornudar o al reír, no sé, pudiera ser que al pronunciar una palabra exacta. La cuestión aquí es que nunca volverá, ni podrá jamás actuar como si fuera yo mientras me desplaza. No podrá mirar a través de mis ojos ni volar con mis alas, y lo sabe, su contorno es el mío y me sigue cuando camino pero es una sombra, una sombra retorciéndose en el piso. Puede imitar mis movimientos, fingir ser yo, cambiar de longitud, acompañarme mientras escribo, pero estará sometida a mis caprichos, toda voluntad en ella ha desaparecido. Ya no vendrá a entistecerme por las noches ni a encolerizarme por las mañanas camuflajeándose entre la luz del sol, por fin he eliminado a la parte de mí que me controlaba. Se amolda a las grietas de las paredes, a las huellas en las escaleras y a todo lo que yo decido, cuánto me pesaba en el cuerpo y ahora siento que la necesito. Porque somos una misma persona, lo recuerda, pero ella era el manubrio y yo los pedales de la bicicleta, y al tratar de mantener el equilibrio caímos cientos de veces por múltiples desacuerdos, tanto por la velocidad que yo le daba como por el destino que ella decidía. Y me mira nuevamente, pero la expresión en sus ojos ahora se resigna, y se desvanece por completo al desaparecer la luz porque no hay espacio mas qué ofrecerle en mi habitación.

jueves, 12 de julio de 2007

No siempre es bueno un regaderazo a las dos de la madrugada

El agua resbalaba por mi frente y mis manos enjuagaban mis cabellos, al abrir los ojos mientras me duchaba descubrí la anónima presencia que me observaba. En una esquina del azulejo enmohecido, un poco maltratada por el peso de la gravedad, se aferraba una débil telaraña de plata. Podría haberla destruido y mandar al diablo todos los esfuerzos de quien la construyó con arrojarle simplemente un poco de agua, pero, ¿qué derecho tenía yo de hacerlo?, además, qué me importaba.
El agua continuó cayendo cuando en la esquina opuesta a la que miraba, encontré un pequeño insecto descendiendo sobre un hilo invisible desde el azulejo, una araña. La ignoré pero me dejó la impresión de que podía leer lo que pensaba, y entonces, contrario a todas mis suposiciones de que los gatos eran los únicos animales que podían hablar (de eso hablaré luego), escuché una vocecilla que bien podría ser la de mis propios pensamientos que me dijo, asombrada: "Pudiste haberme matado, pero no lo hiciste, pudiste haber aplastado mi casa de un manotazo", "No le tengo miedo a las arañas", "¿Miedo?, así que por miedo mi madre fue asesinada, pensé que era simple odio o repugnancia" "Bueno, yo odio a las cucarachas y nunca las mato porque me dan asco".
La araña permaneció en silencio, colgando boca abajo y mirando hacia el techo, y al cabo de unos minutos continuó: "Y si tuviera yo pelo, si fuera más grande como algunas de mi especie, entonces ¿me tendrías miedo?". La miré por última vez y en un rápido movimiento de maño quedó adherida a la pared del baño. Yo tampoco lo deseaba, pero era una araña, hablándome y hablaba demasiado.

miércoles, 11 de julio de 2007

Perspectivas

Revueltas en el escritorio duermen un montón de cosas viejas e inservibles, de esas de las que uno jamás les encuentra un uso y, sin embargo, están ahí pues por algún extraño motivo nadie se ha desecho de ellas. Plumas de tinta seca, hojas garabateadas y unas tijeras oxidadas, una servilleta. Es todo el universo al que mis pulmones aspiran, el que mis ojos abarcan. Periódicos de hace más de dos semanas esperando su momento de ser colocados para obstruir la hendidura de la puerta, una barra de silicón y un pincel, objetos raros, parte de la lámpara del baño y un estuche de lentes vacío, un sobre con bicarbonato. Que, mientras me olvido de lo que hay del otro lado se van acercando, una pulsera nueva, un separador y una muestra de shampoo, también me vigila una moneda de diez centavos. "Divina Comedia" esperando su turno en ser, por mis ojos, rescatado de su soledad de papel, un cargador de pilas y un intento frustrado de boceto dibujado en una hoja desde ayer. Una envoltura de lo que hace unos minutos engulló mi estómago, una taza medio vacía y el teléfono sin nada que decir junto al tan solicitado diccionario. Esto, que me rodea, que me acompaña todos los días mientras me pierdo en la sopa de letras de algún libro, en las telarañas de las esquinas del techo o en las grietas extendiendo su recorrido sobre las paredes. Todo me encierra, me asfixia, pero se vuelve como una ausencia de aire necesaria, pues me libera de mí misma.
"Animadversión", "jurisprudencia", "truhán", "dogmático", "laudable", "abyecto", son sólo algunas de las palabras a las cuales mi cerebro intenta desesperadamente aferrarse a su significado.
La pintura en los muros deja al descubierto un tono pasteloso aguardando tras el blanco, manchas de humedad y de desilusión, flores marchitas de plástico. Sombras de colores, nostalgia reflejada en el fondo del vaso, ojos cansados, y años desprendiéndose desde los ángulos de 90º.
Es sólo mío, sólo mío este espacio, y lo pienso y lo digo mientras resbalan de mis oídos las canciones y se estrellan contra el mosaico.