2010

jueves, 24 de septiembre de 2009

El guardían y la estrella

Siempre te voy a buscar aunque estés cerca, siempre serás esa parte que me falta y sé que nunca tendré. Ashtray
Había un lugar entre dos calles que no eran paralelas, había un libro deshojado al fondo de unas escaleras, había una casa sin vidrios ni ventanas y también historias de animales muertos y globos violetas.
Había una vez un guardián y una estrella.
El guardián vigilaba de noche las dos calles, que siempre le parecieron iguales, severo en su postura, ni siquiera le estaba permitido mirar hacía otro lugar que no fuera la entrada.
Un día, aburrido, decidió mirar hacia otro lado y alejarse un poco del acceso de ambas calles, y cuando ya había dado unos cuantos pasos a su izquierda recibió una enorme sorpresa al darse cuenta de que al contrario de lo que siempre había creído, las calles eran perpendiculares.
Nunca le preocuparon las calles, era más bien una inquietud malsana porque ningún extraño atravesara el camino, y supo que si caminaba y caminaba tendría que encontrar el punto al que éstas conducían, que era sólo uno, sólo uno y por proteger a los dos nunca lo notó.
La estrella quería dejar de ser estrella, le gustaba su luz y vivía contenta, hasta que un día miró su reflejo sobre una ventana a la que se llegaba a través de unas escaleras.
El agua era inestable, pensaba al contemplar los límites del océano, en cambio, la superficie del vidrio nunca se movía.
Al verse a sí misma reflejada sobre el cristal, decidió abandonar todo lo que tenía para sentir cómo era bajar las escaleras y el movimiento del aire sobre la tierra, mirar hacia arriba.
Perdió su calor y olvidó su voz.
La estrella no sabía los momentos que jamás recuperaría, se volvió egoísta y no le importó el dolor que provocaba su desaparición.
El aire a su alrededor dolía.
Pasaron los años y la estrella se volvió invisible, el guardián nunca abandonó su lugar.
A veces surgen dudas y hay quien se pregunta si la estrella en realidad existió, si el guardián era de piedra.