Yo no soy un libro, quizás es por eso que siempre me juzgan por mi portada, por mi apariencia, por mi aire de niña malcriada y todo me vale. Pero he aprendido a vivir con eso desde los doce, empezando por mi propia familia, quien pensaba que por vestir de negro formaba parte de sectas satánicas que sacrificaban animales.
¿Y a qué viene todo esto? Pues resulta que hoy fui a la Feria del Libro que hoy se inauguró aquí en Monterrey, y noté las miradas de algunas personas cómo pensando "¿a poco tú lees?", tan sólo por mi atuendo negro de camuflaje y mi cabello despeinado. "No, Dalia, que no te dieran el papelito que a todos los demás les dieron en la entrada no significa discriminación de ningún tipo", me dice mi conciencia, pero total, todo eso me llevó a recordar mis inicios como lectora, el ¿porqué me gustó leer?
Recuerdo claramente las imágenes de mi primera Biblia ilustrada, eran dibujos de la creación del universo con unas cuantas palabras al fondo, y hablaba de cómo Dios creo las galaxias, las estrellas, los planetas. Recuerdo todo lo demás que seguía, la vida en la Tierra, Adán y Eva, Caín y Abel, etc. Mi percepción de niña que está aprendiendo a leer no alcanzaba a entender porqué alguien podía asesinar a su propio hermano, y se quedaba fascinada de cómo es que Moisés y su gente atravesaron el mar si ahogarse.
Luego viene a mi mente un pequeño libro de cuentos en el que sobresale uno titulado "La niña de los fósforos" de Hans Christian Andersen, una historia que no recuerdo mucho, pero sí la enorme tristeza que me provocaba saber a esa pobre niña en el frío en vísperas de Navidad, el que nadie le había comprado ninguna caja de fósforos ese día, la agonía de encender uno a uno esos cerillos que la llevaron a encontrarse con su abuela. Sobre todo, no se me olvida la frase "Muerta, muerta de frío en la Nochebuena!"
"La reina de las nieves", del mismo autor, con su universo de hielo me trajo una concepción desconocida del invierno, después vinieron muchos otros, cada vez con palabras más difíciles para mi entendimiento, pero cada molestia de tomar cinco veces por página el pesado diccionario en lugar de frenarme me animaban a buscar nuevos retos, más libros sin imágenes y menos cuentos para niños.
Sé cómo empecé a leer, pero lo que no sé es cómo fue que nació mi amor por la lectura que me ha dado todo lo que tengo, si fue en la primaria en la biblioteca y los libros que me llevaba cada fin de semana, si fue de pronto en un afán de descubrir cosas nuevas, poco a poco, porque no creo que una mañana me haya despertado así nada más con las ganas de leer un libro.
Son tantas cosas y tantas personas a las que les debo, a mis maestros de la secundaria y de la prepa, a mis padres por cumplirme mis caprichos de llevarme a Cintermex cada año a surtir de títulos mi librero "Te compro otros cuando ya hayas terminado de leer los demás", gracias, quisiera que supieran que no desperdiciaron su dinero.
La Feria del Libro influyó mucho en mi adición a las letras y sigue haciéndolo hasta ahora, por eso no quería dejar de nombrarla hoy que se inaugura, porque por tanto tiempo ha sido como un hábitat incomparable a ningún otro, como refugio entintado y con olor a nuevo y mi escondite de palabras para cuando siento que la realidad no me basta, o cuando quiero inventarme otra.