2010

viernes, 25 de enero de 2008

La última línea

Cenizas y nieve
polvo de tu rastro
lo helado de tu ausencia sin pronóstico
...

Asfalto húmedo
reflejando el cielo blanco
y los charcos que dejaron tus ojos
...

Lluvia agria
invierno falso
y lo absurdo de esperarte en el semáforo
...

Sombra diurna
no bastan las coincidencias
decide terminar ésta, la última línea
trazándola sobre mis labios.

lunes, 14 de enero de 2008

¿Coincidencias?

¿Qué me dirías si te confesara que tu destino todo este tiempo estuvo plasmado sobre un cuadro, adornando felizmente sin que tú te dieras cuenta la pared de la sala junto a la ventana que da para la cocina?
Te diría que estás completamente loca, que no creo ni en los horóscopos, mucho menos en que una fotografía pueda predecir cómo será tu vida.
Es que no te has detenido a observarla, tal vez porque las veces anteriores tu atención se centraba en esa niña de quince años, de mirada perdida y sonrisa falsa, en aquel vestido elaborado en tonos verdes y adornado con pequeñas incrustaciones y esperanzas bordadas.
Aquel retrato era sobre ella, por lo tanto para los ojos que lo enfocaban pasaba desapercibido el fondo sobre el cual posaba esa adolescente de labios tensos y rostro maquillado en exceso.
Nadie imaginó lo que guardó durante casi tres años dicho cuadro, o quizá no. Tal vez simplemente el hecho era tan obvio y permaneció siempre a la vista de todos que por eso mismo nunca nadie lo notó.
Claro, como la famosa carta de Monsieur Dupin, ¿no? ¿Quién lo esperaría de una fotografía encima del marco oxidado de la ventana?
Aún no me crees. Dime, observa bien y dime qué ves.
Tristeza, no puedo entender porqué una persona puede estar hecha pedazos y aún así esbozar una sonrisa. Quince años, nada raro, a mitad de la tormenta de la adolescencia. Pero no quisiera ser cómo ella, tener que volver a esa edad y superar dos veces las mismas tragedias.
Me pregunto cómo es que soportó ese dolor, las lágrimas decorando su vestido, los sueños de plástico.
¿Ya te diste cuenta de la profecía?
Quién iba a decir lo que esa serie de columnas fugadas significaría en los próximos años. Los arcos no perdieron parte de su luz ni de su sombra, al contrario, son ahora esos pedestales en los que su vida se mantiene firme y sin cuarteaduras.
Pero ahora observa bien su mano izquierda, bajo ella aparece ante nuestra vista, como si apenas en el instante en el que nos decidiéranos a mirarla surgiera de la nada, una silla.
¿Y eso qué representa?
Tal vez no su fondo o el espacio como la perspectiva antes mencionada, pero sí algo más propio, algo que sin importar el lugar en que estuviera la acompañaría de la mano toda su vida.
¿Ya adivinaste?
Su descanso, una especie de rincón aislado para cuando necesitara desaparecer de cuadro o tuviera que descansar un rato de la misma postura petrificada de todos los días.
¿Y sigues creyendo que estoy loca?
Quizá no si en este instante hicieras el mismo análisis contrastante con tu propia fotografía...

viernes, 4 de enero de 2008

Otros años

Cómo volver a aquellos tiempos.

En dónde lo inconcreto se desconocía y no había espacio para reflexionar sobre nuevas o antiguas proposiciones, axiomas, postulados, teoremas, ni corolarios.
Dónde lo único abstracto que advertíamos eran los dibujos malpintados a lápiz los cuales considerábamos arte como ningún otro, y el único lienzo en blanco estaba representado por las vastas paredes a las que no tardábamos en engalanar con el más fino arte pictórico a base de crayones.

Aquellos días en los cuales la más alta preocupación figuraba en levantarse temprano para alcanzar a ver desde el principio el maratón de caricaturas y engullir dulces para encariecernos todas las muelas en tiempo récord.

Días eternos, de tardes en bicicleta y noches contando historias de terror a la luz de una fogata imaginada, de juegos a elevadores de armario que desencadenarían en claustrofobia en pocos años, de columpios en árboles ajenos y domingos de helado en el centro, días de esperar sentadas tras el vidrio para ver caer la lluvia y salir a escondidas a mojarnos.

Pies descalzos y dolores de garganta inesperados, de inolvidables escondidas y de pleitos por ver quien de las dos hacia trampa en el turista, quien tenía la colección más grande de tazos.

Como si alguna vez hubiese existido un mundo no dominado por las computadoras, teléfonos, ni despertadores, un tiempo en el que no nos exigíamos más de nosotras mismas cada día, años en los que no era una obligación autoinflingida andar llenando diarios y demás hojas en blanco, sin diccionarios.
Dónde no hacía falta buscar un sinónimo adecuado, un acento correcto, una frase bien hecha, un título perfecto.

En los cuales el único propósito al devorar las doce uvas en fin de año, era que al siguiente todavía hubiera regalos, "no crecer". No crecer para no tener que esforzarnos por impresionar a las demás personas con nuestro trabajo porque al mundo, así tal cual éramos, así le bastábamos.

Días de silencios ahogados por las carcajadas, sin bañarse a diario ni criar gatos.
Sin necesidad de recordarnos a nosotras mismas quienes somos al mirarnos al espejo al despertarnos, verificando escrupulosamente por si acaso esta vez nos hayamos perdido durante un sueño, porque en esos días era difícil no saber quien eres y si no lo sabías a quién demonios le importaba.

Días en los cuales no existían ni Deira, ni Zaha, ni Ashtray, sólo Dalia.